Sangre pobre
que regó la calle,
como siempre
la misma sangre
de los mismos pobres.
Sangre de comedor,
sangre de villa,
hierro de puente
convertido en carne
que termina en dos manos
curtidas de trabajo.
El arma cobarde
corta el grito villero
con un trueno asesino
y traicionero.
Otra vez,
dos pobres en el piso
con heridas mortales
por donde brotan
claveles piqueteros.
Cuentan los obreros
que algunas madrugadas
al cruzar por ese puente,
antes hierro,
sienten la voz de Maxi y de Darío
con sol de puño
gritando que no han muerto.
P.S.
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